Supongo que el nacer continúa hasta la muerte misma, que sigue siendo nacer.

 

Junto al mar en Los Vilos

Mirando el mundo con estos ojos, vi la maravilla, olí las olas, sentí el viento.

 

 

 

"Ese es mi hogar original, ese habitar verdadero de este mundo. Sin prisa, sin miedo, con la frescura y la calma".

 

 

 

Un paraiso infantil

Bajando esta escala, el viento nos pegaba fuerte. Era verano, en la casa de piedra.

 

 

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Ya a comienzos de los años noventa, mi participación en el Zendo de Santiago, me hacía soñar con un especie de centro de práctica de meditación y vida simple. Una mezcla de monasterio y comuna Hippie”(PR1 2011)

“Nuestra intuición era: “debemos conectar y enlazar la ecología (desde la Permacultura y las ecoaldeas) con expresiones y prácticas

universales de la espiritualidad como el yoga y otras.”(PR1 2011)

Nuestra vinculación con el movimiento de ecoaldeas y Permacultura se vió estimulada por el deseo de trascender las separaciones entre los diferentes ámbitos de la vida, por la necesidad de vivir una ecología y vínculación social con un sentido espiritual y de practicar una espiritualidad comprometida con el cambio ecosocial. 

Quería poner mis manos a la obra de sanar el mundo. Sentía el vértigo de sentir que podía cambiar mi vida y la de otros, de una manera mucho más rápida y drástica de lo que ahora puedo imaginar.

En el 2003 nos formamos como instructores de Kundalini Yoga con Guru Jiwan, mi esposa. Fue una experiencia intensa, en un año de tremenda sobrecarga. Yo en mi mente iba traduciendo gran parte de las enseñanzas de yoga al ámbito del Budhismo Zen y viceversa. Miraba lo que para mi era coincidente en su sentido profundo.

Me sumergí varios años en las variadas prácticas del Kundalini Yoga. Nos acercamos bastante al estilo de vida Sikh, Pedi mi nombre espiritual y comencé a usarlo públicamente (menos en la Universidad).

No sé que impresión habrán tenido mis colegas al verme con una barba cada vez más larga, una larga trenza y vestido usualmente de blanco. Pero lo aceptaron.

El ser idealista sobre las cosas no es bueno. Nos inhabilita para ver y aceptar ser lo que uno es en convivencia con los otros. ¿por qué llenamos todos los espacios de nuestro tiempo?. ¿buscamos una forma de eficiencia y de productividad en todos nuestros movimientos?, El hacer mucho es bien visto, el hacer poco es mal visto. Pero ¿porqué no soltar todos esos deseos de logro?

Cuando nos preguntan ¿cómo estás?, comenzamos una enumeración atragantada de nuestras actividades, mientras más, mejor.

Ayer, en una reunión de La Vertiente, (el proyecto educativo alternativo en que están nuestros niños) alguien dijo que si tuviéramos una infraestructura más completa y consolidada, las experiencias de aprendizaje de los niños serían mucho mejores. Eso me hizo pensar en algo que siempre me interesa: la abundancia de recursos materiales suele tener el efecto de hacernos perder nuestras capacidades. La muleta nos inhabilita para caminar con seguridad, el automóvil nos aliena de nuestro paisaje, la escritura anula nuestra memoria.

En este sentido creo que existe un umbral, tal como lo plantea Iván Ilich respecto a todos los sistemas sociales, económicos y tecnológicos, en que lo que había resultado bueno hasta allí, se transforma en una amenaza a nuestra autonomía y libertad. Como la Hipótesis de Umbral que menciona Max Neef, respecto al crecimiento económico: a partir de cierto punto, más crecimiento estanca o reduce nuestra calidad de vida.

Mas de un padre en este mundo habrá estado preocupado porque su hijo no mostrara un nivel de ambición adecuado. Yo siempre he sentido que mi ambición esta en parte reorientada a la comprensión de todo y a la paz.

 

 

Fotografía revelada y ampliada por mí de mi primer viaje en tren a Puerto Montt en 1983.

Estar y no estar en el mundo/Tensión entre lo esencial y lo relativo en mi vida.

Que trata de cómo de diferentes maneras se expresa este conflicto de querer estar fuera del mundo (o de no saber bien cómo estar en él) y aprender a amarlo y aceptarlo. Este domingo 6 de noviembre, en el contexto de un shsshin de un día en Santiago, el Roshi Augusto Alcalde* en su Teisho (charla) contó que Maezumi Roshi solía ser a veces poco amable en el cuarto de Dokusan (entrevistas) con estudiantes que estuvieran muy perdidos en fantasías acerca de la práctica, sin embargo siempre al terminar la entrevista, se despedía con un “Aprecia tu vida”
Yo le recordé al Roshi que hace unos 24 años en una entrevista de Dokusan, yo le expresé que practicaba Zazen para librarme de mi, ya que no me soportaba, y creía que en alguna forma en eso consistía el fin de la práctica. El me dijo que no es necesario intentar eliminar al yo, por que es el “sujeto de la realización” y citó a Dogen “Ningún ser esta falto de su propia perfección, donde sea que se pare, no falla en cubrir el suelo” (Genjo Koan)

* Augusto Alcalde es Terapeuta de Medicina tradicional China (acupuntura, hierbas y Artes internas de movimiento y es maestro Zen del linaje Chan y del linaje Harada - Yasutani. Reside en la sierra de Cordoba. Tenemos una relación de Guía-estudiante por años.

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Cuando niño vivia diferentes realidades. Una era la fantasía de producción industrial creada en norteamérica. Yo soñaba con ser astronauta y viajar, como Will Robinson, de “Perdidos en el Espacio” Pensaba que los norteamericanos medían dos metros y eran más fuertes, inteligentes y valientes que todos los demás, ya que pude apreciar en docenas de películas en blanco y negro cómo siempre triunfaban sobre unos malos y visíblemente tontos alemanes y japoneses. Mi padre parecía acercarse a eso: alto y fuerte. Yo quería ser alto y fuerte (me ha costado muchos años aceptar mis imposibles de aumentar 52 kilos de peso). Era la colonización de la mente y de los sueños. Afuera campaba la dictadura militar.

Pero cuando yo miraba el mundo directamente, veía infinidad de detalles. Recuerdo claramente ver el suelo tan cerca, tan lleno de rincones interesantes. Bajo los arbustos de mi jardín vivían los chanchitos de tierra. En primavera crecía la hierba, en verano se secaba. Era muy conciente de que mi percepción era más clara y lúcida que la de los adultos. En una ocasión caminando con mis padres hacia la casa de mis abuelos, miraba cosas a mi alrededor que intentaba mostrar a los demás y recuerdo que los miré y ví lo lejos que estaban de ver eso, vi su ceguera y me asombré de que yo pudiera ver mucho más que ellos.

Ese es mi hogar original, ese habitar verdadero de este mundo. Sin prisa, sin miedo, con la frescura y la calma.

Luego vino la agitación, el deseo y la insatisfacción permanente, la vida complicada. Creo que los esfuerzos que hice luego por realizar esa conciencia de unidad, lo eran de volver a disfrutar de ese paraíso de la conciencia inocente.

Otra realidad era el miedo. Muchas situaciones me paralizaban o me dejaban sin capacidad de responder. De la mano de mi padre llegaron las exigencias del mundo. Era necesario exigirse y ser disciplinado, hacer siempre la tarea. Asumí que el cumplir en todo era el precio de la aceptación social y el afecto. Creo que esto me alejó de a poco del disfrute del ocio. Me introdujo en el ritmo del mundo adulto, pero en su adaptación para infantes: el simulacro que se supone nos prepara para la vida adulta en ese futuro remoto, tal lejano que cuando llega es tan diferente de lo que ensayamos. Me refugié en ese ritual académico escolar en que tenemos garantizado por lo menos la aprobación familiar y social al haber hecho lo esperado, pero que no garantiza la alegría.

Los veranos eran de libertad, aire, caminatas, baños en el mar, castillos de arena. Recorrí junto a mi padre cerros, playas y quebradas en los alrededores de Los Vilos. Recogía huesos de animales y los llevaba conmigo a Santiago, así como piedras de colores y minerales.

Hacia mis 20 años, en la época en que ingresé a diseño, me sumergí en la lectura de algunos libros de sicólogos gestálticos y humanistas. Ayudado por el libro “la profundidad natural en el Hombre” de Wilson Van Dusen, comencé una práctica de formas de meditación y visualización, que registré en un diario. Allí también registré e interpreté muchos sueños. Mientras más pasaba tiempo y práctica, más claros y simbólicos se volvieron. Buesqué ese diario, pero aún no lo encuantro.

Recuerdo que en una ocasión, caminando sólo por los lomajes costeros coronados por pequeños fuertes de roca al sur de Los Vilos, un día de fuerte viento (como el viento vileño de los días de verano soleados, en te aísla y estimula) caminé lento por largo rato, me acerqué al borde costero de roqueríos. Fuí entrando en un espacio de mayor calma mental y percepción ampliada del presente. Medité en volverme una piedra más y luego de un rato, mi mente se calmó lo suficiente como para entrar en el espacio nítido y sin tiempo. Estuve allí mucho rato sin apuro, disfrutando el no tener que moverme a buscar nada.

Tiempo después le relaté este episodio a mi maestra Paulina Brugnoli y ella dijo “fantástico”. Fue una emoción sentirse reconocido en esa experiencia humana básica.

Vivía momentos de gran disfrute sensorial y de calma, asociadas a salidas de la ciudad, a lugares con naturaleza ricos en estímulos y belleza, pero en mi vida diaria sentía que ya no tenía la energía para vivir, sentía el agotamiento de no ser feliz y estar abrumado por la inestabilidad emocional.

Yo creo que toda la inseguridad y la mala vida que tuve desde mi adolescencia, desde los 12 años para adelante, una tremenda aislación, una separación social casi completa por una época,  me obligó a buscar otras cosas, lo necesitaba. Mi situación era tan precaria que necesitaba un remedio. Veía algo y lo absorbía. Lo primero fue a través de libros.

Como a los 18 años estaba en Ingeniería y fui a visitar a mi amigo…. En su velador vi un libro que me llamó la atención ,que era la importancia de vivir de Ling Yu Tan. Me dijo que era de su abuelo. En el verano me lo leí y saboreaba cada página, sintiendo que era algo valioso que había encontrado para mi, otra forma de mirar la vida. Este era un compilador de otros chinos y citaba autores. Este chino mencionaba a otros con una línea de pensamiento de desapego del mundo y las cosas, como Thoureau, Whitman, Mencio, Lao Tze, orientales y occidentales. El comparaba el espíritu chino con el occidental. A partir de ese libro empecé a buscar a esos autores en la biblioteca de la universidad y leerlos. Creo que ese fue el inicio de lo que luego fue mi búsqueda espiritual, porque era una necesidad de sanarme. Nadie me podía ayudar, y al final lo hicieron quienes yo no conocí en persona y ni siquiera estaban vivos en esa época.

Otro verano me lo pasé en caminatas meditativas en Lican Ray, siempre sólo, recorriendo las orillas del lago Calafquén. Escuchaba y me absorbía en los sonidos de las pequeñas olas del lago contra la playa pedregosa.

Mi cuerpo evidenciaba sin embargo la enfermedad interna, el miedo, la rigidez y el enojo. Desde los 14 a los 21 años tuve dolores e inflamación en mis rodillas. Era algo recurrente y recorrí a los traumatólogos de rigor, que no detectaban nada con sus herramientas de la ceguera. Eso acentuaba mi depresión. En la universidad, por el año 87 me derivaron con una kinesióloga pequeña, que tenía una cojera. En una sesión me habló de unos lamas. Yo sólo escuche con interés, pero no dije nada. Se removieron en mí imágenes añejas de Kung Fú caminando por las dunas con sus zapatos colgados al hombro. Mejoré un poco de mis rodillas con ella. Alrededor de 3 años después decidí, presionado por mi ánimo bajo y malestar permanente, que tenía que iniciar una práctica de meditación grupal. Como no tenía dato alguno, fui a ver a mi pequeña kinesióloga. Simplemente entré a su consulta y le dije “Por favor necesito que me pongas en contacto con un grupo de meditación”. Ella llamó a una colega sicóloga y me dio una dirección, día y hora. Yo acudí. Era muy lejos de mi casa y no sabía en absoluto a qué iba. Me impresiona cómo me lancé a esto a ciegas. Aterricé en el doyo que había instalado ese año un monje norteamericano, David o Bughio, estudiante del roshi Eido Shimano, y su mujer mexicana Rosa. No me cuestioné nada sólo practiqué como me indicaron. Mi mente era un torbellino de locura, agitación y dolores. Me sentaba sobre tres zafus, ya que no tenía flexibilidad en mis rodillas. Pasaron los meses y casi no notaba mejoría, pero mi fé y decisión me mantuvieron allí afortunadamente. Y me quedé. Ahora veo que fue el mejor lugar en que podía caer. Era gente tranquila, consistente, silenciosa que colocaba como centro la práctica, no ellos mismos. Me cautivó la simplicidad de la práctica y la precisión del espacio, con la fuerte estética japonesa. Mis rodillas fueros soltándose de a poco. Un par de años después me dedicaba a las cosas que los médicos me prohibían antes: andar en bicicleta y subir cerros. Mi salud tuvo que ver con soltar algo de mi estrés, mi miedo y con usar mis rodillas, en vez de dejarlas descansar.

Llegué al borde de la desesperación a sentarme en un zafu mirando al muro, comencé a practicar Zazen en 1989 y continué en forma irregular hasta alrededor del 2003.”(PR1 2011)

Fue una lenta sanación para mi rigidez, mi dolor y mi falta de esperanza. Fue mi primera experiencia de una comunidad que se juntaba a meditar una vez por semana, y un par de veces al año organizábamos Seshines: períodos de práctica intensiva de entre tres y ocho días. Una comunidad efímera moviéndose en una perfecta coordinación y en silencio absoluto.”(pr1 2011)

A fines del 89 David regresó a su país y yo me quedé practicando con todas la cosas del grupo. Me acompañaba una persona más. En el 90 asistí a una conferencia del roshi Augusto Alcalde, de córdoba, quien me resonó como alguien confiable y con la experiencia y honestidad necesaria. Cuando conoces una forma de liderar la practica, correcta, sin aspavientos, persistente, ya distingues a los charlatanes o a quienes quieren más bien realzar su ego. Me uní a su grupo que se juntaba en Avenida Italia.

el Roshi Augusto Alcalde. Nunca había visto a un hombre moverse con tal seguridad en sí mismo, solidez, manteniendo al mismo tiempo su sencillez y humor.”(PR1 2011)

 

El diseño es la expresión de las situaciones en cambio. Pero no son sólo situaciones, es mi cambio, soy yo, ¡mi diseño soy yo!, Es mi gran obsesión: todo esta de sobra, y no en objetos, en mi cabeza más bien: opiniones, gustos, prejuicios, ambiciones, todo de sobra”” (PR1 2011)

Este escrito de 1989, muestra que ya tenía bastante claro la coherencia entre el mundo mental y el físico, y mi necesidad de limpiar la casa.

Con mi Papá en Los Vilos, años 90.